LA CACERÍA Y EL HEROÍSMO (SÉPTIMA PARTE)

Hay un momento, justo antes de volver a salir, que decidimos de forma unilateral sobre el color de lo que queremos en la memoria.
Rojo y negro.
Azul jean.
Oro.
Verde de licra y gasas o los distintos violetas de una corbata.
Blanco pergamino o gris pavimento con trazas de fluoresencia.

Los mejores de nosotros estamos habitando una tierra simultánea, bondad y emoción clara junto a sacrificio y sombra de otro planeta.
¿Te parece… raro?
Es una cuestión de velocidades y de qué tanto descansamos para poder seguir nuestras investigaciones, nuestros deseos de salvar el mundo, nuestra lucha contra la autocensura cuando pensamos que otros podrán tocar nuestras ideas y conocer esas manchas y poros abiertos donde nuestro pecho o costillas se calcificaron creando cementerios de elefantes.

Dialogar sin amor es vivir al borde de la escalera queriendo subir peldaños pero llenos de medicamentos los bolsillos. Y no se puede/no se puede/vivir del amor/decía un soldado romano a Dios, pero… ¿este tal Dios sí nos paga?

Fraccionados entre el horario y el pago, estamos entregados al final del fuego. Lo pordebajeamos a un cigarrillo, pero el plasma sigue siendo plasma, el olvido olvido, la ausencia compartimento de cuartos concéntricos al final de la escalera.
Matices, maricaditas de vagos para la Gente De Bien.

Entonces creamos este país desde las pupilas dilatadas, jugos raros que nos llevaban toda la sangre de los muslos hacia el infinito, o los ojos saltones por la pátina dura al final de una hilera blanca polvorosa, así como el aliento a vientre de moho que deja tramitar el lúpulo…

¿Y da miedo dar el salto a sembrar algo sano?

Digamos que sea cierto el que nuestro mejor lado esté a un día amargo de volverse el castigador. No sabría cuáles poderes le corresponden al clima y cuáles al corazón de los hombres. No encuentro qué seré.
Belleza.
Extinciones…

LA CACERÍA VS LAS MANOS CON SESENTA MAYOS ENCIMA (SEXTA PARTE)

Nadie viene aquí a salvar el alma: es más, todos tenemos el alma cariada y así está perfecto el peso del amor.

Bailamos contra la madera porque bailar contra el cuerpo de alguien más te puede infectar. No sé, de ilusiones, de bajar la guardia en esta hambre voraz de intimidad, tanta necesidad de ser aceptado que para todos alcanza.

Estoy dilatando el espacio entre dos o tres memorias: quiero sonarte inteligente para que no sepas cuántas sesiones de fresa y yeso me costó eso. Punto.

¿Recuerdas esos PDFs de poliedros para recortar?, bueno, eso es mi cuello cuando argumenta ser capaz de decirte que puede hacer algo tranquilamente. Cuando quiere hablar de belleza pero sostiene, con firmeza, que nadie se da cuenta que es un radiotransistor humano y que nuestra vida no tiene banda sonora sino que
con los nervios somos arquitectos de nuestras espaldas.
Cuando se adueña del tiempo, así mi cuello conecta con mis raíces y tus rodillas temblando nos abren a todos la tranquilidad que escasea en este viaje.

Estoy enfermo. No quiero saberlo. No quiero oírlo. No quiero ser humano y no quiero este enlace de proteínas limitarlo a la excusa de poder caminar porque me pasé la vida entera intentando cambiar el corazón de mujeres paridas entre mármol y planos. Mi generación se enfrenta a sus ancianos vestidos con la piel del toro, los ojos inyectados de los roedores y la fuerza avasallante en la mandíbula de las cabras,
sus amores-pezuñas con las que destruyeron y escalaron sobre mi espalda,
sus voces potencia de mugido que anula nuestras formas nuevas pero exige sumisión disfrazada de llamadas amorosas… ¡cómo no alejarme si tengo el corazón con hambre de usar martillo y cincel, si soy jihadista por el redoble de tambor que me guió hasta sus bancos de semillas!

Y sé a qué sabe la penumbra en la piel de todos los demás, la de ellos incluída…

LA CACERÍA Y LOS VENDAJES CUANDO HAY ZOMBIES (QUINTA PARTE)

Me dispongo a dejarlo todo y empezar el camino de tierra… estaba cansado y furioso y ahora es como, ahora es bebo, ahora es azul eléctrico, ahora es arenisca y falsos profetas caídos como las estatuas de los primeros amores -te llamo a tí, papá o mamá-. Tengo miedo porque las diosas y yo tenemos venganzas, guerras, odios y pentagramas pendientes, y no sé si está bueno salirle al paso al mapa pero no puedo dejar pasar la construcción de la nave… y sin minería y tetas, no hay paraíso en el viaje. ¿Verdad?

Yo no quiero ser amante de un mundo orwelliano, no quiero ser la persona que se obsesiona con el afuera pero el adentro está reventado… no puedo ser grandilocuente porque yo sé es ser pequeño, invisible, invivible. Me quiero mover pero el peso era grande, ¿cómo se supone que funciona esto de colarse entre los piñones?
Se me aburguesa el amor pero porque ya no estamos en este siglo para nada que no sea regenerar o morir. Cuando veo a esas parejas felices empujando autitos de bebé y los veo con sus ilusiones de libertad recuerdo cuántas etiquetas les caben en la cabeza y cuántas nos intentan ahogar abrazando, como una bufanda u otra pieza negra más, como la vida misma.
Y sabes…
Me da miedo el coro de voces detrás de las estrellas, me da terror su voz implacable y su presencia a rajatabla; si él amor no son conexiones, si no son envolturas eléctricas de ideas, si es caducidad cualquiera yo me declaro sencillo porque ya no sé qué es infección y qué esperanza de supervivencia.
Cuando visito el Mondo Adulto me da
abandono
asecuencialidad
y que la impunidad deja un bello sabor de boca.

Aclaremos algo: no tiene sentido que yo te diga qué es el amor si estoy esperando como tú que se me llene la nevera. La mía con puestos de mando, la tuya con ser madre soltera…