La cacería y la flor en el páramo (Décima parte)

¿Para qué hijos forzados, si ya eres mi amor más grande?
Así, así, así, peludo y dulce es el cariño que brota de tu raíz. Cinco centímetros tuyos demoran años pero traen todo el agua que habrá de salvarme, a esta ciudad entera también.
Me caigo para arriba, borracho de amor por la música entre las estrellas.
Casa, cazar, cacería, columna, incólume todo encaja ya.
Tal vez no me iba a mover porque mis raíces venían de otro mundo, ¿ves?

Las alturas engendran en su frío un abrazo de libros.
Como… como si fueras justo mi no-holograma de amor y moverse lento.
Lindo carioca, bello Japón, largo beat caribe de la que usa corbatín.
Te debo un beso a cuadros rojoblanconegro, oportunidad, uno de gracia.

Mi vida la frené porque renuncié al piano: escalar es las sobras.
En la bestia de mi pecho encuentro la guía viajera, mi Deva.
Ahora… aclaro. No prefiero, pero ya sé que viene R’as Al Ghul y me patea el pecho mientras silba Tainted Love de Depeche Mode.
No puedo competir con la belleza de la roca, pero sí con los solsticios.

Y respiro y el pecho se entrelaza para girar los pulmones a tí.
«No soy bello, pero mis abrazos son esa pantera que libera tu domingo».
Grito.
«Tengo miedo de esta soledad, Maestro, ¡esta distopía!»
«¡Buenos Aires y Nueva York, la sangre americana dispara cuarzo citrino amarillo, chicos, esta tierra será desierta!»
Grito.
«No soy noche, soy invocación, ¿cómo viene eso, Abuelas?»
«Soy 2 Espíritus, ¿me abrazas o dejas, hermana?»
«¿Dónde está el límite de la represión, madre?»
Grito.
«La calle, zombis bailan en ella y tragan flores sin masticarlas, padre».
Gritos.

¿Tiemblas? ¡Como yo! Como yo también, que busco lo brillante.
Nunca has sido  de este planeta: el cielo tiene arcoiris que jamás dejas de ver.
Tú. Lo sabes.

Las hojas de plantas susurrándote un amor milenario, enorme.
Orografía. Bismuto. Padres de tierra para un corazón de agua. Decepción acumulada por maternidad y violencia por contención.
El jazz, diciéndome, que está lindo mirar lo triste y besar su frente. Arcturus. Casiopeia de Silvio Rodríguez.

Esos labios pequeños que querían besar el mundo entero, estelados ellos.
Tus manitos llenas de piel cobriza, arcilla de curas.
Esta forma malhecha de mucho cerebro, poco corazón, y paciencia con el cuerpo.
El que sonreía cuando papá hablaba de garajes y autos. Mi amor, roto en el corazón, ferocidad pequeña. Sí, tú.

En Colombia ser andino te enseñó, niño, que la gente tiene el alma árida y fría, el calor estalla bajo el miedo de no ser costumbrismo, si el arte no es control no vale la pena.
Ser tú, ser plegaria antes de dormir, antes de volver o ir,
la belleza es traslúcida pero los 80s la manchan de drama.
No más bytedroga amor, que las playas se llenaron de basura.

Yo abrazo mi tórax y suelto al viento mi hielo, el fuego me ha costado reunirlo para tí.
Tu cara… tatuada por la soledad de nacer hijo de medidas de destrucción nunca a medias.
Tu espalda, tatuada por el dolor de irrumpir al árbol creciendo.
Profesor brillante que no te equivocas, ¿puedes ver su voz ansiosa de brillar caliente en medio del páramo?
¿Lo oyes? Jadeo moreno, bello y delgado, ¿me oyes?
El niño sigue, la hormona muta, pero el niño está aquí.

Todo empieza cuando en este país, hecho de ramitas de todos los colores de un álbum de Pink Floyd
y el espectro que sale del prisma newtoniano,
nace una dulzura ámbar
disfrazada de ser humano.
Cuando al arcoiris lo intentas negar se va el agua, el cristal y el aire limpio. Solo el % de alcohol queda.
¿Esperamos?