El fuego, en el horizonte

La angustia cesa.
Entro y me inclino frente a mi casa… toco uno de sus infinitos ladrillos, esos que han visto subir y nacer la curiosidad de las personas miles de veces y volverse hijo, violación, humo de marihuana, danza y declaración de amor al universo,
con el corazón latiendo de forma seca mientras me rodean cuerpos hechos de cartón y grasa
hundo mi mano y empujo
con los tobillos enredados, como todos,
entre esta alfombra de oxígeno e hidrógeno entrelazada.
Trazo, entonces, buscando en cuatro puntas la dirección de la estrella más cercana.

Y entiendo que los vagabundos como yo nacieron para correr, para navegar, no para ansiar.

Oíganme, soy un tipo serio. Seriamente, soy un tipo. Uno solo puedo ser, porque oigo, ¿seriamente?

Vengo sintiendo,
tengo el pulso alborotado dentro de los huesos
vengo con color rojo violeta invadiendo trámites y con ganas de romperle los dientes a Descartes.
Se me secó el conducto regular de catástrofes, se extrae cuarzo que el tiempo había disfrazado de moles de piedra desde su playa hasta su lecho. Doble para los hombres, sencillo para las damas, destrucción y admiración vuelta faceta y transmisión por la web (porque en vivo prohibido emocionarse).

Articular.
Me levanto con trece puntos de cirugía más dentro de mis dientes.
Tengo microfracturas que el viento pulió a golpes entre hormigueos de cemento y añoranza sempiterna del que compartió espacio por saqueo, el o ella que se asustó luego con la potencia de la tierra: acá tú no te comes la fruta, la fruta te devora desde adentro, te hace árbol.

Matrioshka.
Estamos tensados como un tambor, es como si a un espacio debajo del árbol se hubiera enviado un rayo de luz demoníaco. ¡Se agita la cabeza, se niega, negocia, leerse para no ir desprevenido…!
Estamos corriendo. Estamos tensos. Estamos levantándonos.
Siento cómo corre el cielo de espacios nuevos; súbitamente somos la carta del Tarot bien dibujada y la fotocopia que cayó al suelo en medio de romance de primer semestre. Somos al mismo tiempo lo que se disloca para una tesis y lo reprimido cuando sabemos que nuestro jefe destruye lo fluído del tiempo.

No podría empezar a avanzar si no hubiera un impulso de enraizarse, como el que ocurre dentro de los espacios pequeños que se nos alborotan a los hombres y determinan el curso de las posesiones de ciudades enteras.
Dentro de los pasos se manifiesta de una manera curiosa este color transparente de soluciones que buscamos, este calor líquido que invocamos y que luego en grupo destilamos al aire para que nuestras palabras encuentren de dónde abrazarse
en días de miopía fashionista.

El sonido al salir del espacio… era como un beso metálico destrozando las memorias de lo enlazado.
Entraba por los pies, desubicaba al instinto de anidar y procrear.
Pero, ¿existía… no?

Y te veré llegar, tiquete.

El fuego y medirse en Celsius

Para mí.
Para las dos manos.
Para nosotros y las mesas.

Para acariciar, esperar, morder con ansias, para reposar sobre las mentes que no señalo con un dedo porque el dedo con el que señalaba era el mío propio por qué estaba haciéndolo cuando todavía tengo las dudas amarradas al metacarpo, a la muñeca…

Para mí.
Para mi melanina.
Para ese aspartame de franqueza.

Cuando vengo acá estoy contigo y sin tí, estoy en una zona intermedia, el corazón hoy en día me funciona no como una estructura muscular sino epitelial, pliegues y ritmos y las promesas de un futuro que no sé si, en realidad, estoy de él tan cerca. Estoy acá caminando y a veces sostengo tu mano, sostengo la mano de ella, sostengo la mano de tantas promesas de sonreír fuera de mi barrio. No tengo otra opción que pensarte. ¿Tengo un barrio?

Para mí.
Pará, pará, pará (al extraño).
Respeto diferido a la zona donde me ubique en esta biología.

Una vez tomé el desbalance de una persona tropezada y le dije ‘¿estás bien?’ y recibí un ‘NO TENGO DINERO’ pero a la distancia y a mis espaldas susurró ‘disculpa… gracias’, una vez ví cómo un hombre se tocaba lascivamente debajo de la Tierra pero sólo paraba si unos ojos azules le ordenaban pensar y detenerse, una vez ví cómo, con nitidez, de donde vengo yo la gente no arma infraestructura de sus sueños o letras porque no encuentra valor alguno para amar y nutrir a esa madre tan generosa que lo ha cobijado… extraviar los deseos de un padre y diciendo querer superarlo para repetir al final su misma forma de administrar
confianza
se puede ir gateando por la vida.

El momento se abre y te descomprime, ya estoy al final de la cuenta y te pido por favor que me cobres.
No es un hasta luego, no es un tango o un bolero luengo. Acá no hay espacio para eso, acá lo que hay es espacio para la fuerza, acá uno tiene que sostenerse como si fuera un portkey a lo que le permita mirar afuera para al final verse como un cristal ardiendo dentro de sí mismo, chorreando por los bordes arena…
acá está la gente que ve el autobús que se comprime entre vehículos riéndose y la gente que sólo ve el autobús empapelado de las facturas y los créditos que se ha autoimpuesto. Acá el territorio de afectos es potteriano más que de Foucault.

Me voy a meter a la piscina de jugar a que ser normal se puede cuando el baile del prom ya ha terminado y nadie vino conmigo. ¿Qué me pongo para la ocasión…?

 

EL SÍNDROME DE DOÑA FLORINDA

Cedo mi voz el día de hoy a esta PERFECTA descripción de lo que ahora está ocurriendo en América entera, Latina y Anglosajona

Porque el arribismo es el peor cáncer posible para el alma

Opinemos

En Colombia, votar por “gente de bien” es un acto consciente de arribismo social, una manera de negar de dónde venimos y de reafirmar a dónde queremos llegar, cueste lo que cueste.

 Por: Alex Guardiola Romero

En Colombia, la gente vota por quien se parece a lo que él mismo quiere llegar a ser, por el candidato o la candidata que representa sus aspiraciones sociales, por la figura que sintetiza su sueño no de sociedad o de país sino de figuración social; votar se convirtió en un acto de arribismo. Ese, que en nuestro país también podría ser llamado el “Síndrome de Doña Florinda”, expuesto hace pocos años por el argentino Rafael Ton, en el que la persona pese a vivir en una humilde vecindad se siente de mejor clase que los demás y denigra de las medidas que benefician a la “chusma” a pesar de que sigue cobrando…

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